A veces cuando sueña, Carmen sube a las nubes. Sube vestida con su camisón blanco, descalza, el pelo rubio y rizado al aire, alborotado, la viva imagen de un querubín.
Carmen sube risueña y entre el silencio y la blancura, su risa se convierte en una cascada melodiosa y su sonrisa y el brillo de sus ojos en un nuevo sol.
A veces también sube Marta, y el inicial pequeño fastidio que a su hermana le causa el que pegue puntapiés a los montoncitos de algodón que Carmen atesora y a que siempre esté escapándose a la nube de al lado, pronto se diluye, y se sientan para reir y jugar.
Unos días los patos de Londres, otros los delfines de Lanzarote o la isla de Lobos, pasan por allí a saludar y a dejar un grato recuerdo al despertar.
Carmen se siente allí una reina, la dueña de un lugar mágico lleno de bondad y sonrisas, la emperatriz del aire y el silencio.
Carmen se cree allí sola, sin saber que desde una nube un poco más alta, ocultos para que ella no los vea, unos ojos que la quieren la custodian y velan por que esta niña ni siquiera tropiece con la pluma suelta del ala de un ángel. Y la miran felices. Y sonríen.
Carmen sube risueña y entre el silencio y la blancura, su risa se convierte en una cascada melodiosa y su sonrisa y el brillo de sus ojos en un nuevo sol.
A veces también sube Marta, y el inicial pequeño fastidio que a su hermana le causa el que pegue puntapiés a los montoncitos de algodón que Carmen atesora y a que siempre esté escapándose a la nube de al lado, pronto se diluye, y se sientan para reir y jugar.
Unos días los patos de Londres, otros los delfines de Lanzarote o la isla de Lobos, pasan por allí a saludar y a dejar un grato recuerdo al despertar.
Carmen se siente allí una reina, la dueña de un lugar mágico lleno de bondad y sonrisas, la emperatriz del aire y el silencio.
Carmen se cree allí sola, sin saber que desde una nube un poco más alta, ocultos para que ella no los vea, unos ojos que la quieren la custodian y velan por que esta niña ni siquiera tropiece con la pluma suelta del ala de un ángel. Y la miran felices. Y sonríen.
2 comentarios:
A pesar de sentirme desgraciada tengo suerte. La inmensa suerte de conocer a la niña que sueña de rizos rubios y a la que alborota en sus sueños.Pero además la de conocer esos ojos que la miran desde lejos, unos ojos oscuros y profundos que no esconden nada. Lo verdaderamenta triste es que quisiera que las miraran más cerca y que las manos que tanto las acariciaron no puedan hacerlo excepto en sueños.
DOS BELLOS LUCEROS…
Hoy padre siéntete feliz, contento y alegre
que de tu estirpe del primer brote de linaje,
y nacieron hoy dos bellos y dulces luceros,
Ángeles celestiales, encanto del mismo cielo.
Son dos estrellitas, regalos del firmamento,
que viven la vida, creando sus propios sueños,
emblema de manantial puro, en linaje entero ,
blasón y estandarte de sangre de tu heredero.
Que recrean dulzura con tanto amor y esmero,
mírales padre feliz, con sus bellos luceros,
y preciosos rizos de oro, para sus cabellos,
con dulces voces que cautivan, tanto al abuelo.
Al fin padre hoy disfruta, que tu niño primero,
ya tiene dichoso en su casa, a sus dos luceros,
manecillas de blanco y relucen en el cielo,
y las nubes revolotean, con tantos sueños.
Y las estrellas quieren unirse al bello juego,
tienen envidia al encanto de sus ojos bellos,
del brillo reluciente de su amor tan sincero,
y padre contempla hoy, a tu primer heredero.
A tu hijo mayor, tu gran esperanza y anhelo,
y como disfruta padre y haciendo de abuelo,
contemplado sus niñas, sus dos bellos luceros,
brotes de alegrías, en días de amor enteros.
Y mira padre con gran orgullo y con esmero,
linaje puro de tu sangre, de amor repleto,
que en el enmarca y en su cálido andar primero,
recuerdas cuando también, te sentías abuelo.
Míralas padre, contémplalas desde ese cielo,
y cuídalas siempre, a esos dos bellos luceros,
son linaje de tu primer hijo y heredero,
y tu primer nieto, tu ansiado y mayor sueño….
Francis Falcón…
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