lunes, 21 de diciembre de 2009

PONGAMOS QUE HABLO DE…

Hace años mi hermano se hizo amigo de una familia de

lunes, 30 de noviembre de 2009

EL AZAR. ENSAYO FALLIDO.

Un cúmulo de circunstancias nos coloca en este punto a esta hora.
Para que esto suceda, Ángel González decía para que yo me llame Ángel González, han pasado miles de años. Yo bien podría decir para que yo me llame José Ángel, pero sería vulgar. Si copio, que no se note; si se nota, debo mejorar la copia; ¡estoy harto de los constantes "homenajes"!. Está claro, lejos de la síntesis maravillosa del poeta, voy a dar la tabarra.

Lo que quise contar el día que comencé esta entrada ya queda lejos, apenas en un susto. El azar quiso aparecer en forma de pieza perdida de un coche sobre la que pasé y reventé una rueda. No pasó nada. Pudo haber pasado y no pasó. El azar fue azaroso.
Para que ocurra algo de una determinada manera hay que pensar en los miles de millones de combinaciones posibles por las que transitamos. No podemos olvidarnos de que todo modifica todo, pero que todo tiene explicación. Lo que nos ocurre es que no sabemos expresarla, nuestro lenguaje, este que utilizamos, no sirve para acaparar el Universo. A lo mejor esa Ecuación General del Universo, esa única expresión matemática y física, que explique y rija todo, sí podría aventurar que va a ocurrir. Pero se me ocurre aplicar un principio parecido al de incertidumbre de Heissemberg, si podemos acceder a la Ecuación, introducir las variables y determinar qué ocurre si hacemos una cosa u otra, seguramente, no ocurra lo que se predice puesto que el que lo consulte cambiará la forma de actuar o no tendrá sentido usar la Ecuación si no se modifican las condiciones para conseguir el resultado. Aunque si la Ecuación funciona deberá prever este tipo de circunstancias. Incluso prever el momento en que la propia Ecuación será enunciada. Como un Oráculo moderno.
Después de este sinsentido, lo dejo. El azar no me ha traído hoy un inspirón. El azar me hace pensar en el libre albedrío y en la predeterminación. Y no tengo la cabeza para dicusiones teologales. Dejemos atrás el azar y vivamos sin pensar en él. Haciendo camino al andar.



lunes, 17 de agosto de 2009

CENA EN EL SALÓN. TERCERA VARIACIÓN.

Un salon ámplio y luminoso, tanto a mediodía como esa noche estrellada y de luna llena en la que caerán las lágrimas de San Lorenzo. Unos cuantos comensales, variopintos, un chef y un ingeniero, dos enfermeras, sus niñas, dos catalanes joviales, dos catalanes burgueses, y un escritor-filósofo y su esposa, un poco cabezona, un poco embarazada. El escenario y los actores, a los que hay que añadir a las dueñas de la casa.
El filósofo, ebrio de ego, diserta.
Primera estación.
"Hoy ví los campos de Castilla, girasoles en plenitud amarilla, cuervos negros, me creía en un cuadro de Van Gogh. Y ví los horizontes de Castilla, planos y anchos como el pecho de un varón, y me quedé extasiado porque en mi tierra solo hay un horizonte el del mar, lo otro es un picu. Es que soy astur, asturiano no, astur. Y escritor, por si no lo saben."
Tañe una campana, el saxo tenor se despereza.
La filósofa consorte se arranca.
Segunda estación.
"Hoy vimos el románico burgalés, precioso. Es que no hay nada como el románico en el arte, nosotros lo amamos y hemos recorrido toda España, bueno la península, siguiendo las trazas del románico. El románico es a la arquitectura lo que el barroco a la música, consigue conectar con un ritmo vital del ser humano. Nada que ver con lo fogoso del romanticismo, con las estridencias sinfónicas y los cambios de ritmo. Es que soy maestra, especialista en música, por si no lo saben."
Repica la campana, el batería toma los palillos.
Como un banderillero dispuesto a rematar el tercio, el filósofo-escritor se pone en pie.
Esperará el aplauso en vano.
Tercera estación.
"Yo amo algo que está tan lejos de aquí, algo que no se puede concebir, el mar, mi horizonte. No el pico, el risco, la montaña, sino el mar. El mar como concepto, el mar en su relación con el hombre, no con el pescador, sino con el hombre. La idea del mar, el mar, el mar. La mar."
Suena de nuevo la campana, el cuarteto de jazz y la orquesta ya se han preparado.
El vía crucis ha finalizado.
Marta se levanta de la mesa y toma de la mano a Carmen, y bailan salerosas, dando vueltas como dos gitanillas.
Oh la mar, el mar. Entra Ernest Hemingway entonando una habanera y saca a bailar al ingeniero, se divierten y divierten a casi todos porque bailan abrazados tan fuerte que no encuentran el equilibrio, Hemingway tira del ingeniero que se inclina sobre su tripón y le pincha con su prominente nariz, por lo que lo suelta para volverlo a abrazar y volver a empezar.
Las orquestas se arrancan con un ritmo de Nueva Orleans tan exquisito que bailan todos, los burgueses con los payeses, las enfermeras con los obreros del Empire State, el cocinero con la Gioconda, Gonzalo y Cervantes aplauden, entran Nuria y Cristina bailando al compás, sin saber quien lleva a quien,... en fin, todo es disloque y alegría. Hasta el reloj da las horas.
Nadie interrumpe esta alegría que ahoga los gritos del filósofo regalando sus libros a quien le escuche, y los de su esposa pidiendo un minué para sus ejercicios de yoga.
Esa madrugada cuando Cristina se dispone a dormir, recuerda la velada, la cena, el vino, la magia y decide que, desde ese día, no aceptará callada que le digan nada malo sobre los pimientos en su cena.

CENA EN EL SALÓN. SEGUNDA VARIACIÓN.

El salón es amplio y lleno de luz. Quizás no sea tan amplio como para albergar el ego completo del profesor de filosofía y su extensión consorte, y por eso diserta en voz alta para invadir las almas del resto de comensales. Su experiencia de los campos de Castilla, los girasoles, los cuervos y Van Gogh, es, cuando menos, petulante y aburrida.
El profesor de filosofía está contrariado, los salvajes del sur no respetan el silencio de la cena que solo él debe romper para dictar las normas de la conversación. Beben cerveza, se ríen, hablan de sus compras, ¡incluso han discutido sin romper las relaciones de forma trágica y dramática!. Y lo que es peor, sus bárbaros retoños no están en la cama como su estivilizada hija, sino comiendo macarrones y salchichas, ensuciando el mantel, llorando y sin prestarle atención.
En ese momento, Cristina, atenta con el filósofo y escritor, no podríamos decir que más que con el resto de huéspedes, se sienta a su mesa y les pregunta sobre lo que han hecho y sobre lo que harán al día siguiente, un poco por amabilidad, un poco por saber cómo organizar la intendencia de la casa. Vera recuerda cómo conoció a su esposo, ella estudiaba filología inglesa y él filosofía, era el mismo edificio, distintas facultades, pero se encontraron en la tienda donde siempre recogía su fascículo de la Guía del Románico, editorial Salvat. Luego vinieron las oposiciones, los libros de él, su cátedra en el instituto, etc. Obvió todos sus recuerdos, salvo el de la guía subrayada, y contó a Cristina, y al resto de huéspedes, todo lo que sabía del románico. Pues hemos visto el románico aragonés, el ampurdanés, el catalán, el cántabro, el asturiano y me faltaba esta zona, porque los capiteles románicos son los mejores, y las dovelas, y los arcos, y las bóvedas, y los frescos, los retablos, las vírgenes, los pantocrátor y todo lo que hay que ver. Decía esto con la seguridad de que aquellos sevillanos no sabrían de más arte que el de Curro Romero y de más santos que de los de la cofradía de su barrio.
El filósofo miraba atento y extasiado a su esposa, merecía que él la besara; embelesado, engordaba a medida que su mujer hablaba, y su aspecto desnutrido iba tomando el de un Woody Allen feliz, satisfecho, ombligo del mundo, emperador del salón. Si no fuera por el embarazo de su esposa, esa noche la haría suya para regalarle su simiente.
Tras recoger los restos de la cena, Cristina salió al porche y preguntó a los andaluces que habían copado las hamacas, chicos, mañana qué haréis. Inma contestó, mañana tenemos trabajo, los niños se quedan con mis suegros y los cuatro tenemos que seguir con la restauración de las pinturas de San Pantaleón de Losa, pero vendremos a cenar.

CENA EN EL SALÓN. PRIMERA VARIACIÓN.

El salón es amplio y lleno de luz. Quizás no sea tan amplio como para albergar el ego completo del profesor de filosofía y su extensión consorte, y por eso diserta en voz alta para invadir las almas del resto de comensales. Su experiencia de los campos de Castilla, los girasoles, los cuervos y Van Gogh, es, cuando menos, petulante y aburrida.
El profesor de filosofía está contrariado, los salvajes del sur no respetan el silencio de la cena que solo él debe romper para dictar las normas de la conversación. Beben cerveza, se ríen, planean la excursión del día siguiente, hablan de sus compras, ¡incluso han discutido sin romper las relaciones de forma trágica y dramática!. Y lo que es peor sus bárbaros retoños no están en la cama como su estivilizada hija, sino comiendo macarrones y salchichas, ensuciando el mantel, llorando y sin prestarle atención.
Se le ocurre una idea genial, cómo no después de tantas obras maestras, tantas como novelas. A ver si su mujer la capta, pobre, como solo es maestra. Verita, recuerdas cómo nos conocimos, aquel quiosco donde comprábamos la guía Salvat de la música clásica, seguro que nuestros vecinos de mesa no la tienen.
Vera es hija única, ágil, rápida, lista. Llama a la dueña del hotel y le espeta, con voz segura, en tono alto para ocupar todo el salón, esta comida está muy bien, y el sitio, pero sobre todo la música, amo la música barroca que tenéis de fondo, el bajo continuo, la melodía suave, repetida, no como mi marido que ama la música romántica, esos altos, esos bajos, esas estridencias. La respuesta de la hostelera es conciliadora, está bien el barroco, pero también el romanticismo, no se puede generalizar, pero Vera, Verita, es tajante, su ofensiva continúa, pero la música barroca, ah la música barroca, el violín, el clavicordio, el adaggiio,... qué opinas cariño. Cariño contesta, contento porque otra vez la conversación cultísima, culteranísima lo ha copado todo.
Cristina que aun medita sobre la afirmación de que el pimiento solo aporta textura al plato que le ha costado más de dos horas, qué bueno es ser profesor de filosofía para categorizar el pimiento en la cola de los alimentos y poder ser grosero, invita de repente a un comensal a intervenir. Y usted, Fernando, qué opina, cuál es su música favorita.
Fernando hace un pequeño silencio antes de decir, sin duda la que les voy a cantar, y entona, con voz de barítono, la famosa, badabadum, badum, badum, badam, badero, qué es aquello que reluce..... Una vez acabada la copla, apura su vino, hace una reverencia a los sevillanos que aplauden su gamberrada y otra a los rostros lívidos de los educadores, guiña un ojo a la aterrada Cristina y se marcha a su habitación.
Esa noche mientras al filósofo le reconcomen las entrañas la salida de tono del basto huesped y la actuación de su mujer a la que culpa de lo ocurrido, Fernando termina de escuchar en su i-pod los últimos ensayos de la ópera que dirigirá al mes siguiente en Salzburgo.

viernes, 10 de julio de 2009

CARMEN EN LAS NUBES

A veces cuando sueña, Carmen sube a las nubes. Sube vestida con su camisón blanco, descalza, el pelo rubio y rizado al aire, alborotado, la viva imagen de un querubín.

Carmen sube risueña y entre el silencio y la blancura, su risa se convierte en una cascada melodiosa y su sonrisa y el brillo de sus ojos en un nuevo sol.

A veces también sube Marta, y el inicial pequeño fastidio que a su hermana le causa el que pegue puntapiés a los montoncitos de algodón que Carmen atesora y a que siempre esté escapándose a la nube de al lado, pronto se diluye, y se sientan para reir y jugar.

Unos días los patos de Londres, otros los delfines de Lanzarote o la isla de Lobos, pasan por allí a saludar y a dejar un grato recuerdo al despertar.

Carmen se siente allí una reina, la dueña de un lugar mágico lleno de bondad y sonrisas, la emperatriz del aire y el silencio.

Carmen se cree allí sola, sin saber que desde una nube un poco más alta, ocultos para que ella no los vea, unos ojos que la quieren la custodian y velan por que esta niña ni siquiera tropiece con la pluma suelta del ala de un ángel. Y la miran felices. Y sonríen.

viernes, 26 de junio de 2009

¡ AY, AMIGO!

Si se perdieran las buenas intenciones nosotros estaríamos perdidos. Sé que hay algo que transmite la energía y las buenas acciones, así como los recuerdos y las añoranzas.
Encontrar la palabra del amigo tanto tiempo después, y que sea el amigo el que inagure los comentarios y el que nos hinche el alma con la alegria del elogio, es encontrar el mayor de los tesoros.


Amigo, no importa que tus palabras anteriores no me hayan llegado, me han llegado estas que han traido calor a mi alma y ecos de las anteriores.

Amigo, que alegría que el tiempo madure la amistad.

Gracias Amigo.

Gracias Fernando.

lunes, 13 de abril de 2009

EL GATO DE SCHRÖDINGER

El cruel experimento del que sale "La paradoja del gato de Schrödinger" consiste en imaginar a un gato metido dentro de una caja que contiene un veneno muy volátil que puede ser desencadenado por una partícula que podría o no liberarlo. Por tanto, en el interior de la caja, el gato está vivo o está muerto. Pero no podemos saberlo si no la abrimos para comprobarlo. La conclusión es extraña el gato está a la vez vivo y muerto.
¿Por qué elegí esta paradoja para dar nombre a mi blog?
Sinceramente, porque me valió para bromearle a un escritor. Estaba leyendo un blog de Juan Cruz, un poco enganchado al relatar este escritor sus continuos viajes a Italia, sus conversaciones con Eco, sus compras de queso en el mercado y yo entraba en el blog, escribía sobre lo que envidiaría poder estar en Italia, hablar con Eco sobre Hugo Pratt o Corto Maltés y comprar flores de calabacín, pero Juan Cruz jamás contestó ninguna de mis entradas.
Un día no se por qué motivo, escribieron sobre el bolso de la Reina de Inglaterra y sobre su hipotético contenido a lo que Juan Cruz respondió, muy serio, ex catedra, "Nada, lo he investigado, y no lleva nada. El bolso de la Reina de Inglaterra está vacío". A mí me entró un ataque de surrealismo y dije: "No, no es verdad. En el interior del bolso de la Reina de Inglaterra hay un gato. Lo que nadie sabe es si está vivo o muerto.". Juan Cruz no entendió el sentido humorístico y anárquico de mi respuesta y contestó airado.
Esa vez decidí no volver a entrar en blogs ajenos a escribir lo que quisiera, y creé mi propio blog. En recuerdo de eso este blog cogió el título de la paradoja cuántica.
Más tarde he pensado en por qué se me ocurrió aquella respuesta y en si hay algo que motiva el que yo piense en el átomo y he hallado respuestas a parte de estas cuestiones. En realidad esta parte de la Física que dejaba de ser Física clásica me fascinaba desde el colegio, no solo por la aplicación de nuevas leyes o por el minúsculo mundo infinito al que se aplican o por las historias y dibujos que la imaginación del hombre ha derivado del mundo atómico, sino por un acontecimiento un poco más profundo y personalísimo.
Poco antes de examinarme de Selectividad me recuerdo un sábado estudiando Química en mi cuarto. Estaba cansado y medio dormido, en un estado perceptivo muy curioso, cuando empecé a pensar en lo que estudiaba, en la dualidad onda-partícula, en el principio de incertidumbre, en las partículas subatómicas,... en los electrones y, de repente, vi la mano de Dios en todo, supe que si hay un límite en la escala inferior, si el infinito más pequeño está limitado, existe Dios y lloré, lloré mucho.
Curiosa sin duda esta demostración tan necia de la existencia de Dios, no más que alguna revelación tenida como milagrosa.

miércoles, 25 de marzo de 2009

SI VIS PACEM...SED OCULUM PRO OCULO

(Perdónenme los lectores si este texto es turbio y farragoso. Lo único que quiero decir es que estoy contra la pena de muerte, contra la condena perpetua, sea cual sea el crimen. Recurrir a esos medios no deja de parecerme un fracaso de la sociedad, incapaz de reconducir unas vidas, y que por eso las elimina).
Ha desaparecido una niña en Sevilla.
La niña ha muerto, ha sido desaparecida, como los desaparecidos de América.
Piden para sus asesinos la pena de muerte, y me acongoja saber que toda una sociedad quiere cercenar un derecho fundamental del ser humano, el de la vida. Todos quieren hacerlo, pero no hay, ni habrá, simetría en las acciones.
Entiendo el dolor y la rabia, entiendo el deseo de venganza, la desazón, el impulso irrefrenable de realizar una acción que calme el ansia de llenar un espacio. Pero no entiendo la frialdad ante cámaras y objetivos del padre doliente. Parecería duro pensar que se siente a gusto representando el papel de justiciero, pero es inevitable pensar que no es natural esa reacción paterna. No puedo entender que quiera un cambio en la ley porque yo no lo pediría, o bien me hundiría en la miseria de la tristeza, o bien planearía una venganza palmaria, pero la ley no me importaría.
No juzgará el padre a los asesinos, lo hará la justicia y espero que lo haga teniendo en cuenta las circunstancias del crimen, no las posteriores a la confesión de los supuestos autores. Comentaba un compañero mío que por la repercusión social del caso la condena debería ser mayor, y ¿qué pasa entonces con el asesinato de aquella prostituta de Galicia?, ¿la condena ha de ser menor porque las televisiones no les prestaron ni un minuto a los familiares de la asesinada?
Las otras asimetrías están en el tiempo y en los autores. El crimen se realiza en un momento determinado, bien como culminación de algo planeado, bien como suceso imprevisto. ¿Podemos pensar que la acción de la justicia es determinada para este caso?, ¿no es mejor pensar que el proceso por el que se condene a los autores proviene de siglos de experiencia procesal, del perfeccionamiento de la justicia para corregir el delito?. Por otra parte el tribunal de justicia es representante de la sociedad, y por tanto, es la sociedad, fuente de derecho quien condenará a los autores, ¿ no hay asimetría de medios?
Queda claro que la culpa y la responsabilidad es de los autores y por ellas merecen castigo, pero ¿de que serviría realizar una acción simétrica, idéntica?, ¿devolvería todo al estado anterior al crimen?, ¿restituiría algo?, ¿devolvería alguna vida?, ¿alguna esperanza?
Hace años escribí un comentario acerca de una compañera mía que justificaba el GAL, hoy he recordado esto. En aquel caso recuerdo como mi amiga entendía el terrorismo de Estado como una consecuencia natural a la existencia de terroristas, el argumento era tan simple como decir, "si mataran a alguien de tu familia, ¿no querrías tú matar al asesino?"
Puedo entender ese sentimiento ancestral de venganza, pero no puedo entender que se pida que la ley ni el Estado sirvan para amparar esa venganza y calmar la sed de sangre camuflada de sed de justicia.
Hemos perdido mucho. Se ha perdido la conciencia de que deben ser juzgados los actos y no las actitudes o las existencias, no, al menos, la de individuos tan insignificantes. Juzguemos al Mal, acabemos con el Mal.

miércoles, 28 de enero de 2009

BREVES TINTINEOS

La brevedad de la felicidad solo es comparable al tiempo que permanece en el aire el tintineo de las copas tras un brindis. En ambos casos nuestra memoria engorda y engrandece el instante porque queremos aferrarnos a la idea de que existe lo bueno y que lo bueno es duradero. Es mentira. Todo acaba salvo lo gris, el tono medio, lo que ahora conviene decir, el perfil bajo. Aun así nos empeñamos en brindar, vivimos la farsa de ser felices, de ser perfectos, de ser duraderos. Vivimos muchas farsas, brindamos mucho.

jueves, 15 de enero de 2009

FEO, CATÓLICO Y SENTIMENTAL.

Paráfrasis del Marqués de Bradomín.

Feo lo soy. No cabe duda de este hecho. Y no porque lo sepa al verme, el espejo engaña a quien quiere ser engañado y sabe mirarse con un ángulo determinado y benevolencia, lo sé por puro empirismo. No lo veo en mí ni en mi reflejo, lo veo en las caras que me miran y en sus impresiones, imposibles de disimular. Pero debo aprender a vivir con esta realidad, ya inmutable, de lo que soy. Aceptar facciones disarmónicas, ángulos pronunciados y apéndices alargados. Lo que me cuesta aceptar es que la cara sea espejo del alma, sé que por ahí no van los tiros en este refrán, pero no sé si la gente que me ve sabe esto. Quisera verme hermoso a cada momento, en cada reflejo y en cada fotografía para poder pensar que en mi interior mi espíritu está tranquilo y plácido, que soy bueno y que mis pensamientos y mis deseos son puros. He aquí el problema.