martes, 12 de octubre de 2010

12 DE OCTUBRE, LA BENEMÉRITA.

El comandante entró en el cuartel como en una cacharrería, a ver, cabo, dígame por qué está esto tan sucio, por qué hay tanto papel por ahí, cabo no me cuente que tiene mucho trabajo, pidió un ordenador y se lo dimos, hasta con impresora, pidió un móvil y se lo dimos, tiene un todoterreno, una moto y un GPS manual, diga, qué hace, a qué se dedica usted, qué desorden, qué deshonor, cabo, esto me lo limpia como que yo soy hombre, vamos que si me lo limpia, para el día de la patrona esto me lo deja usted como los chorros del oro, y, oiga, estas monedas las voy examinar pero esas piedras las quiero fuera.
El cabo es persona sencilla, sabe quien manda, quien obedece y mira con tristeza los expedientes que tiene abiertos, las investigaciones de varios años, el trabajo al que falta poco para estar maduro. El cabo calla y mira con dolor los sillares de piedra, las lápidas funerarias, las estelas iberas y las losas de una antigua calzada.
La comida para los industriales, los clérigos y las autoridades es un éxito; no desentona, por un milagro de la imagen de la virgen del Pilar, esta celebración religiosa y patriótica con las putillas que han venido a amenizar la sobremesa, vestidas para la ocasión con mantilla negra. El mismo color que los ligueros y la ropa interior de encaje, delicia de comandante, delicatessen de arcipreste. Todo ello, hay que decirlo, noblesse oblige, gentileza de Don Ignacio, al igual que los jamones, el cordero y el jumilla. La plancha se ha instalado sobre aquel espacio en el que una vez reposaron un jabalí herido y su cazador, esculpidos en el frontal de una losa erosionada. La imagen de la patrona es, sin embargo, una escayola coloreada con témperas de color azul y blanco, interpretación libre de un artista local. Opinen ustedes si cualquier tiempo pasado fue mejor, en cuestiones de arte, se entiende.
Un monte cercano es el refugio de nuestro cabo. Allí está la herencia de su familia, una casucha que con paciencia ha convertido en una estancia habitable, a la que rodean y acompañan una alberca, una higuera, un laurel y una parra trepadora. Y desde hace unos días, limpieza de cuartel mediante, un pequeño templete semicircular realizado con antiguos basamentos, al que se llega por un camino de losas desgastadas por el paso de legionarios veteranos, tal vez los de Munda, y en la que a modo de altar y retablo, figuran los nombres de muertos olvidados en el tiempo, y la epopeya de un triunfante cazador, jabalí y caballo, trinidad inmemorial.

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