miércoles, 4 de junio de 2014

LA MONEDA

Si alguien me tiene por alguien de izquierdas me gusta pensar que acierta. A esta persona no le sorprendería que La Moneda fuera un edificio referencial para mi vida. Se confundiría, sin embargo, si dijera que la fecha a la que asociarlo es la del 11 de septiembre, en palabras de Silvio Rodríguez,  la del doble salto escalofriante.

Si alguien que me conoce dijera que me gustan los grabados, también me inclino a pensar en su certero diagnóstico. Erraría quien conociendo mi biografía pensara en Durero y en su antológica exposición en la Escuela de Artes y Oficios. Durero es un genio, pero los vientos y las tintas aprendidas al sol de África son algo más para mí.

Si alguien me dice que me gusta el vino, aquí acertaría. En el centro de la diana. Pero, ¿y la cerveza?, ¿y las cabinas de teléfono?, ¿y perderme del grupo?. Sin duda un lector no avisado, y no avispado, no dará con la tecla de este galimatías que cuento. Pero, permitidme, lectores, que mantenga la historia, nuestra historia, en este secreto.

Permitidme lectores, que diga, nos gusta La Moneda, la de Sevilla. Nos gustan los grabados, los de Bea. Nos gusta que nos inviten a eventos, recuérdalo Mari Nieves. Nos gusta la cerveza, la de las exposiciones y la de ese bar en el arco centenario. Nos gusta perdernos, y besarnos, mantener la tensión, la ilusión y los secretos. Nos gusta.

Veinte años más tarde. Que no son nada.

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