martes, 2 de febrero de 2016

BOWIE EN EL CORAZÓN

En el patio cada noche sonaba música de Karina, y, aunque no pueda recordar ni el título del disco ni la canción, sí que recuerdo la estridencia musical de aquel sonido pop de los sesenta; tampoco podría precisar si era en determinada canción del Lp, o en un compás de una canción cuando Mariasun, en un reflejo condicionado y con un grito estremecedor que unía admiración y esperanzas cercenadas, decía siempre: "¡Aaaay, Karina, eres la más grande!, ¡Aaaay, Karina!, si tú hubieras querido..."

Fue una época en la que el patio de luz, al que se abría la ventana de mi dormitorio, era un integrante más de mi vida. Aunque por él solo me llegaran la luz matutina y los sonidos de las canciones que mis vecinos bien cantaran, bien reprodujeran en sus equipos de alta fidelidad, cromados y enormes, o bien, o mal, eligieran de la radio.

Sin duda, Juana de Arco, El Muro y el mensaje mediterráneo y espiritual de Cuando el mar te tenga, alimentaron mis sueños y construyeron parte de lo que al tiempo yo sería.

Eran otros tiempos, aquellos de otro siglo en los que pensábamos que, por fin, la libertad había llegado, y que la música, aquella música elegante, sintética, y fuera de las normas de la canción ligera que la tele nos proponía, acompañaría aquel viaje de crecimiento. Fue cuando nos pensamos la generación ombligo de la historia; lástima que nunca nos lo creyésemos del todo y que nunca, jamás, llegásemos a vivir como si lo hubiéramos sido.

Entonces llegó. Las mañanas de los sábados allí estaban ellos, Alaska, Kiko Veneno, Faemino, Cansado, Pedro Reyes, Pablo Carbonell y...¡Gurruchaga! Sí, el gran Gurruchaga y la mítica Cuarta Parte, se convirtieron en las puertas de la percepción de muchos de nosotros; es posible que al principio me quedara viendo aquel programa, en sábados de migas o de arroz porque no me quedaba otra, una pierna rota me impedía tener el trasiego natural de mi edad, pero, cierto es que, poco a poco, toda aquella Bola de Cristal se redujo a ver las recomendaciones del easonense, que si Jó, que noche, Novecento, E la nave va, las películas de Russ Meyer, las de Truffaut, las de Hichtcock, Cotton Club o ¡Feliz Navidad, Mr. Lawrence!. Fue entonces cuando descubrí a Bowie, cuando me lo descubrieron. Aquel actor también cantaba, suya era una canción que aparecía en el trailer de El juego del halcón; sería el dueño del laberinto en Dentro del Laberinto; era, nos parecía, elegante; cantaba por aquella época con Mick Jagger...Era la modernidad, quizás lo más opuesto que se me podía ocurrir a las aburridas mañanas de sábado y catequesis.

Si me preguntan hoy, apenas podría decir cinco canciones de Bowie. Si me volvieran a preguntar, quitaría tres y me guardaría dos en la memoria, en la banda sonora de momentos de mi vida.

Yo no salté en ninguna cama, ya se ha dicho que tuve una grave rotura en mi pierna derecha; yo no me oculté en ningún armario con las canciones y el glam del Duque Blanco; pero viajé con Ziggy Stardust más de una noche a otros mundos, a futuros que no fueron, que no podrán ser. Ni siquiera tenía yo tocadiscos o radio con FM, ni podía decidir en qué momento escuchar la canción, pero jamás fallaron los hermanos Fajardo, siempre vino bien el instante en el que pinchaban este tema.

Algunos pensarán que es una moda hispter acordarse de Bowie, que es una corriente de las redes sociales, ¡que lo piensen! Les recomiendo, sin embargo, hacer una cosa, escoger la primera hora de la mañana de un lunes para escuchar en el coche Under Pressure; si saben escuchar y sentir comprenderán entonces por qué, cuando Bowie cantaba, Karina callaba.  


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