miércoles, 28 de septiembre de 2016

LOS DÍAS DEL SEÑOR

Poco antes de que los domingos fueran tan amargos eran solo los días del miedo, ¿lo recuerdas? Papá volvía a casa, con su escopeta al hombro, envuelto en alcohol, perfume barato, sudor y humo; mamá, antes de escondernos, nos contaba un cuento sobre la cacería, que papá era mal tirador y por eso nunca traía ninguna pieza, sobre que el mareo era porque tomaba una cerveza con quienes lo llevaban a cazar sin apenas comer, que no tenía confianza para pedir ni un poco de pan, que su mal humor era por la jaqueca que le provocaba el hambre, y siempre, cuando nos contaba que olía así debido a su querencia por la colonia de mujer, que siempre se ponía la suya, tú le decías que no olía igual que la tuya, y ella, entonces, nos decía a dormir, venga que mañana hay colegio, ocultando el torrente de lágrimas que en unos instantes saldría de ella y del que papá siempre se burlaba. 

Pero tú nunca pudiste callar y le pedías a mamá que hiciera algo, que cambiara aquello, que tenías que hacer algo para que papá dejara la cacería, para que pasara los domingos con nosotras, y, sobre todo, para que pudiéramos dormir sin la voz avasalladora, atronadora y burlona de él, ametrallando nuestra alma. Tus llantos y los nuestros, los golpes secos, el estruendo de la vajilla o del mobiliario contra el suelo no te importaban, tú solo querías tener domingos de luz y vestidos limpios. 

Ella nunca te negó nada; por eso, aquel domingo, como una maga, trocó la escopeta en una varita mágica y cambió para siempre el miedo por orfandad y tristeza.