miércoles, 28 de septiembre de 2016

LOS DÍAS DEL SEÑOR

Poco antes de que los domingos fueran tan amargos eran solo los días del miedo, ¿lo recuerdas? Papá volvía a casa, con su escopeta al hombro, envuelto en alcohol, perfume barato, sudor y humo; mamá, antes de escondernos, nos contaba un cuento sobre la cacería, que papá era mal tirador y por eso nunca traía ninguna pieza, sobre que el mareo era porque tomaba una cerveza con quienes lo llevaban a cazar sin apenas comer, que no tenía confianza para pedir ni un poco de pan, que su mal humor era por la jaqueca que le provocaba el hambre, y siempre, cuando nos contaba que olía así debido a su querencia por la colonia de mujer, que siempre se ponía la suya, tú le decías que no olía igual que la tuya, y ella, entonces, nos decía a dormir, venga que mañana hay colegio, ocultando el torrente de lágrimas que en unos instantes saldría de ella y del que papá siempre se burlaba. 

Pero tú nunca pudiste callar y le pedías a mamá que hiciera algo, que cambiara aquello, que tenías que hacer algo para que papá dejara la cacería, para que pasara los domingos con nosotras, y, sobre todo, para que pudiéramos dormir sin la voz avasalladora, atronadora y burlona de él, ametrallando nuestra alma. Tus llantos y los nuestros, los golpes secos, el estruendo de la vajilla o del mobiliario contra el suelo no te importaban, tú solo querías tener domingos de luz y vestidos limpios. 

Ella nunca te negó nada; por eso, aquel domingo, como una maga, trocó la escopeta en una varita mágica y cambió para siempre el miedo por orfandad y tristeza.   

1 comentario:

Fernando Jiménez H.-Pinzón dijo...

Por alusiones en EL ESCRITOR, quiero hacer un comentario. Lo primero es que este último microrrelato (por llamarlo así) "Los días del Señor" me ha estremecido. Porque es esencia más que sustancia. Porque es ventana, o más bien portillo, casi resquicio, que te abre a lo casi infinito de sensaciones, asociaciones, sugerencias y emociones. Y en EL ESCRITOR veo al verdadero escritor, macerado en lecturas durante años y años, empeñado obsesivamente en reconocerlo en sí mismo, forcejeando constantemente para encontrarlo entre las sinapsis de su propio tejido neuronal, pero desde una autoexigencia de pureza, de genuinidad, de perfección, de ilimitación, que, como en aquellos espejos deformantes de "El Callejón del gato" donde se miraba don Ramón del Valle-Inclán, no ve en sí mismo más que el esperpento del escritor anhelante que no adecua su imagen con la de la "idealidad". "Así en mi alma está el total anhelo"... escribió Juan Ramón, a quien él cita.
Yo que te veo desde el cristal de mis tantos años, 82 para ser exactos (años menos fecundos literariamente que los suyos) y que no termino de abarcar la infinitud de sus sugerencias, de sus citas de lector infuso y profuso, de sus referencias cultas y científicas..., digo para mí (y ahora para ti) ECCE SCRIPTOR.