jueves, 11 de marzo de 2010

COCINAR CON LÁGRIMAS.

Cuando murió mi abuela se acabaron miles de comidas. Todos sus guisos, sus recetas y su forma de hacerlas, murieron con ella. Como un luto impuesto se dejaron de lado en los menús familiares todos los platos que ella preparaba. Adiós al lomo asado, untado con mantequilla usando los dedos, con los que se introducían dientes de ajo y jamón en los profundos cortes transversales de la pieza, como restañando la herida practicada; adiós a los bocadillitos de angulas, a la merienda de pan frito, a la mejor tortilla de patatas del mundo, a la mayonesa hecha a mano y a toda aquella cocina, medio de la campiña cordobesa, medio alemana.

Ayer yo cociné carrillada. El mejor guiso de carrillada era el de Mari Carmen. Ningún restaurante, ni Inma, ni yo, hemos conseguido alcanzar la redondez de su receta. Mari Carmen cocinaba muy bien, algunas cosas perfectas. Con ella se han ido sus platos, y su forma de presentar y engrandecer lo más sencillo. ¡Ay!, el cartuchito de patatas.

Sin embargo me atreví a cocinar carrillada.

Entre humos y olores se despertaron muchos recuerdos. Con el vapor del guiso se evaporaron mis lágrimas. Como siempre tristes, saladas. De cortar cebolla, Carmen, de cortar cebolla. Entre humos y olores recordé a mi abuela. Entre humos y olores recordé a Mari Carmen.

Entre humos y olores.

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