martes, 21 de febrero de 2023

EL FILÓLOGO. HISTORIAS SOBRE LA EXCELENCIA II. PERPLEJIDADES DE UN ESCRITOR.

Ha nacido descompuesta esta entrada, huérfana de estructura, y, así, este escrito ha deambulado por el universo electrónico y de las ideas durante años, ha mutado, se ha deshecho y rehecho en demasiadas ocasiones y se ha nutrido de ideas, a menudo estúpidas, que la han condenado a morirse sola. Es difícil, con el tiempo transcurrido desde su primera concepción, reordenar la historia, dotarla de alguna gracia y escribir algo cuya lectura no me avergüence. 

Hace unos días, no sé volviendo de dónde, ni por qué, me vino a la mente una idea iluminada, reconstruir esta historia como parte de una estructura mucho mayor y algo más compleja. El chispazo que dio pie a tal ocurrencia se disipó, ha habido entre aquel fogonazo y hoy un largo periodo de analgésicos y relajantes musculares, pero, al menos, me queda la estructura general en la cabeza. Que, como no sé dónde encajar para no olvidar, va a ser aquí enclaustrada. Y que, sin arte, y con la dificultad añadida que supone escribir bajo los efectos de alguna benzodiacepina, por la que me bailan los caracteres más de lo habitual, será parte de esta narración, aunque sea diferente y desentone con el resto. 

Hecha esta fabulación de trocitos de digresiones, admite una más, y es que, cuando pienso en la cantidad de ideas que me vienen a la mente y que me parecen geniales y luego olvido, y me lamento por olvidar, siempre me imagino al esforzado literato, al cineasta, al pintor, al arquitecto, con su cuaderno de notas, con la famosa servilleta, en donde se esboza esa idea genial que trae la inspiración. Que incluso los hay que llaman servilleta a un Moleskine de piel; y que, yo, siendo sincero, también me he creído atractor de musas. En esta historia cabe reirse un poco de eso, de todos aquellos que purgamos nuestra mente y nuestros fantasmas con la escritura y nos creemos geniales, de todos los que creemos dominar esta lengua tan genial que es el español, de los que, mejor que fumarnos un porro, tomamos un cuaderno y nos aliviamos, pero que nos imbuimos de solemnidad y llamamos a nuestro relax el proceso creativo. 

He aquí un cuarto párrafo que no nos introduce todavía en la historia, pero que también comienza por h. Lo aprovecho para contar que sí, que el español es una lengua maravillosa. Y lo digo, justo, en una entrada sobre filólogos, a la que se atreve un burdo ingeniero. Y, antes de que nadie se moleste, que ingeniero y burdo van muchas veces de la mano, pero que no es por la profesión, que embrutece, sino por algunas de las personas que lo son, que sienten tras de sí el peso de la carrera, y se creen superiores, lo que les convierte, a priori, en eso, en tontos. Y lo digo porque los ingenieros tendemos a pensar en palabras sinónimas como palabras idénticas, y no somos capaces, ni usamos las herramientas inteligentes que se nos suponen, para aplicar el principio de la mínima energía. Y es que, si no hubiera matices, si las palabras fueran equivalentes y no solo semejantes en significado, habrían desaparecido todos los sinónimos para quedarnos con solo uno de los términos. Y no solo perderíamos albo, lechoso, níveo o argentino en favor de blanco; sino también tonto, mastuerzo, gilipollas, capullo, lelo, percebe en favor de alguna de ellas, privándonos de imaginar al susodicho con la baba caída, o a otra negando hipotecas a gente solvente, o a aquel con recia toga y cortas miras, o pagado de sí mismo, como podría ser el ingeniero del ejemplo. 

Había una idea bullendo por salir antes de que apareciesen estas estructuras que, casi seguro, nunca se montarán. Escribir esta entrada a modo de rompecabezas, para que el improbable lector escogiera cómo montarla, o escribir algún fogonazo, algún esqueje, algún esbozo, como si pudiera pintarse un cuadro colocando unos bocetos junto a otros. Está claro que la persistencia de una idea preconcebida lo arrasa todo y que, al final, esa ilusión de elevar un edificio usando ruinas, sea fallida o no, se usará. 

Huir de lo incompleto es un síntoma de un desorden, y me hace gracia esta paradoja, es un desorden querer siempre el orden; sin ser demasiado listo, ni haber estudiado, entiendo que el trastorno no está en querer completar y ordenar, ni tan siquiera en querer que se siga un método al hacerlo, sino en considerar que solo el propio orden, el propio método, el propio fin son los válidos y que lo demás no es sino entropía y error. En este escrito hay algo de eso, parece un fallo imperdonable que existan borradores y borradores de entradas, y hay un afán por hacer que desaparezcan de ese estado las entradas inconclusas. Es cierto también que, al imaginario problema que es la existencia de borradores, se podrían plantear soluciones tan sencillas a los ojos de quien lee, como eliminar los textos inconclusos y borrarlos de manera fulminante; pero en el corazón de quien escribe ese problema no es tan pequeño, ni ficticio sino verdadero y tangible, y no es menos real la impresión que da el escritor de que solo sabe seguir este camino, que es el que cree querer y el único que vislumbra. No ocurre siempre así para fortuna de muchos, es tan solo con algunos escritos, de los que intuía un futuro prometedor, y a los que se emperra en sepultar. 

Hablaba de una estructura de conexión y la idea me parecía buena: dos escritores que trabajan al alimón en un libro de relatos, quizás en un guion, o guión, en la mesa de un bar. Se trata de un acogedor bar al estilo de los que no hay, o no conozco, en mi tierra. Es un establecimiento de esos por los que no pasa el tiempo, siempre moderno, siempre actual, con una decoración sobria, funcional, elegante y cuidada que combina mucha madera, metal bruñido y algún espejo. Con ventanas que son lo que queramos que sean, escaparates para el espectador, pantallas para los escritores o parapetos, pero que, siempre, proporcionan la luz adecuada a la atmósfera de la conversación. En un primer momento, mis personajes discutían sobre la historia que ya he olvidado; con ocurrencias continuas, con sarcasmos, con genialidades, construían el relato ahora desconocido. Es seguro que aquí me llegó mi principal problema, sé que no soy genial, pero quiero que mis personajes sí posean ese rasgo, que construyan lo perfecto, y debo mostrar esa perfección partiendo de mí, mediocre Demiurgo, por lo que se me desmonta mi relato. Así que, de una forma inconsciente, olvido, y reprimo esa libertad narrativa y la idea se desvanece. Sin embargo, la idea de los escritores me sirve como vehículo para narrar otras ideas esbozadas que, en esta ocasión, sí he escrito en algún cuaderno para retomar alguna vez. Se insertan aquí, desoyendo la lógica y el estilo del texto, dos ideas esbozadas en esa lista que guardo en algún cajón, sobre lo que pudo ser, o lo que, salvando dificultades, podrá ser. Son historias, situaciones y personajes que requieren de una mayor definición y desarrollo; aparecen aquí, por lo que son, esbozos que no componen un cuadro, sino otro esbozo:

Historia 1: una idea de 2014. 
       
Helena es una niña responsable, muy responsable. Helena acompaña todos los domingos a misa a sus abuelos y observa con atención cómo rezan, se levantan, se humillan y le intriga saber qué es eso que comen casi al finalizar la eucaristía. Un domingo no puede más y comulga. Helena tiene siete años y nadie le he contado nada todavía sobre la comunión. Ese día su abuela se enfada, le grita, se ensaña con ella, pues oculta un enfado matrimonial que desahoga de esta manera, y le cuenta a la niña que irá al infierno por lo que ha hecho. La fatalidad, a la que se suman el enfado conyugal y remordimientos por su cobardía al no defender a la niña, le provocan al abuelo un infarto al que no sobrevive. Desde entonces, y hasta pasados muchos años, la vida de Helena se convierte en un verdadero calvario lleno de complejos, miedos, posesiones demoníacas infundadas y mil problemas mentales, que, para alivio del lector, tendrán arreglo. Lejos de la fe y cerca, muy cerca, de la bondad. 

Historia 2: fabulación de 2007. 

Heliópolis es un barrio sevillano de preciosas casas, que ahora son muy demandadas, pero que en la época en la que se concibió esta idea constituían un lastre para algunas familias que heredaban mansiones con mil desperfectos. En ese encanto desportillado y despintado de una vieja azotea de este barrio, transcurre la segunda historia a la que los guionistas han de dar forma. Un grupo de amigos, entre los que estoy con mi pareja, cena y bebe en una cálida y agradable noche de agosto. Parece faltar para completar la reunión solo la guitarra de Aute, o la actriz mejicana que ha de cantar "Cinco minutos". Entre los comensales, o tertulianos, todos considerados entre sí cultos y sensibles, se encuentra un futbolista al que nadie sabe quién ha invitado, ni qué hace allí. Lo consideran solo un deportista, un famoso sin cerebro, y, también algunos, sin corazón. La conversación transcurre por caminos poco trillados y deriva en una cita bíblica. El futbolista, hasta entonces callado, corrige a quien la ha recitado y no solo le indica su error sino que la amplía y, con una exactitud increíble, señala el libro y el versículo al que pertenecen. Intrigados, le preguntan si es muy creyente, pues lo consideran entonces un seguidor de la iglesia evangélica. Nada de eso, explica, conoce la Biblia porque ama el fútbol; su madre no le dejaba jugar en el equipo de su barrio porque estaba muy aferrada a la antigua tradición católica y le obligaba a asistir a misa los domingos. Para jugar al fútbol, engañó a su madre diciendo que se apuntaba a una asociación católica lejos de su barrio para que ella no controlara sus asistencias a la parroquia vecinal. Como sabía que su madre le iba a preguntar por la lectura, el evangelio y el sermón de ese día, estudió cómo se eligen las lecturas, qué evangelio se lee cada domingo y, para contarle a su madre un sermón creíble, acudía a otros libros de la Biblia y él mismo construía hermosos sermones con lo más puro que se le ocurría extraer del Cantar de los Cantares, de los libros de los Profetas o con las imágenes más aterradoras del libro del Apocalipsis. Aquella pasión por el fútbol, lo convirtió en un lector empedernido, y le ayudó tanto en los estudios que consiguió una beca para estudiar el bachillerato fuera de casa. Así se libró de la presión de su madre y consiguió medrar en todo, en el deporte profesional y en su carrera de Filosofía. Hizo gala de un tierno agnosticismo y de un verdadero amor por la palabra de Dios, en el que no creía pero que sí le había otorgado la vida, y dijo esto con palabras dulces y poéticas. Y esa noche todos los hombres supieron que, aunque fueran ellos los que se acostaran junto a sus mujeres, o con sus mujeres; sus mujeres no estarían acostándose con ellos.     

Hay más apuntes para otras historias en la servilleta, y si se escribe el relato de estos guionistas, se contarán las historias del médico precoz, de la modelo lesbiana hija de un militante ultraderechista, la de una trepa que hablaba de cantautores de derechas y alguna más. Pero, como decía Ende, y le copio y le robo las palabras, como otros han hecho con la Biblia, esa es otra historia y merece ser contada en otra ocasión. 

Hoy apenas quedan retazos de la entrada del blog que se llamaba "El filólogo", en una versión de ella aparecía un amigo, un gran escritor y terapeuta que sabe encontrar en la raíz de cada palabra, en su etimología y en su uso, la belleza y la explicación racional, y emocional, de por qué se ha elegido dicho término y no otro. Otras versiones eran mucho más mordientes, tenían un espíritu de venganza, de ajuste de cuentas con alguna persona, es algo que también se hará en otras entradas de esta serie como "El deportista" o "El cinéfilo"; en dichas versiones hay dos personajes femeninos que tienen una altísima opinión de sí mismas y que sus estudios de ingeniería, realizados en un entorno masculino lleno de testosterona envasada, siendo parte de un minúsculo grupo de mujeres, elevaron todavía más; no tanto por la culminación de los estudios, cosa que hicieron otras pero que ellas sobrevaloraron, sino porque contaban con la constante atención del resto de alumnos, y de algunos profesores, todo sea dicho. Estas dos ingenieras, una química y otra mecánica, se consideran tan buenas en todo, que se atreven a a desafiar al filólogo real, académico de letra mayúscula, humilde, quien calla ante los razonamientos de la mecánica, que explica que el libro de estilo de la Junta es así y asá, que lo que dice es mucho más acertado y actual que lo que opine la RAE. En esta historia el filólogo no desvela su condición; en la otra, un poco más descarnada, la química argumenta todo lo que dice con lo que ha dicho antes su padre, y su padre, como director de compras de un gran hospital, un poco ladrón pero eso no importa, lleva siempre razón. El académico, humilde se ha descrito, también calla, pero algún otro invitado a la cena, pues en una cena se desarrolla el diálogo, desvela su condición de autoridad lingüística, su condición de reputado escritor y de terapeuta, e insinúa haber descubierto en la ingeniera gran dependencia emocional de su padre, sorprendente en una mujer tan feminista; el llanto y la humillación de la ingeniera necesitan ser descritos sin que provoquen sentimiento alguno de pena, sino que se consideren un castigo, menor, pero doloroso y humillante. 

Huérfanos de esa estructura anterior, de cena, de conversación, de charla, quedan los dos esbozos de esta entrada que aún no se han mencionado. Uno de ellos, con pretensión de monólogo, confeccionado a partir de alguien que quiere ser como otro amigo, traductor, helenista y poeta, pero que solo conoce un par de palabras y de etimologías raras, aprendidas en un suplemento dominical. Y el último, que fue, en realidad, el primero en el orden cronológico de disparates. Es la historia de un personaje que es la amalgama de muchos personajes con caracteres diversos que conozco y con otros que son míos, propios, y que quisiera depurar. Este personaje se cree el inventor de la mayoría de expresiones y términos que, como neologismos, surgen, se extienden y se incorporan a una forma de hablar que se pone de moda. Este personaje piensa que palabras como jipijos, pijipis, bebecoa, amigos con derecho a roce, y algunas más de ese estilo, como pantolón para definir a un pantalón de campana, surgieron de su imaginación e inventiva y se extendieron. También cree que la difusión de algunas expresiones erróneas, mal construidas a partir de otras como, negarse en rotundo, o la callada por respuesta, o plantificarse, son suyas. En esta versión hay un filólogo que explica que es muy probable que sea la televisión la que ha extendido determinadas expresiones; que son estos errores tan comunes, tan fáciles de generar, y son esas nuevas palabras tan simples, que las ha podido difundir cualquier periodista, cualquier entrevistado; y que él, nuestro constructor de términos, haya olvidado dónde las escuchó. Refuerza el filólogo su argumento explicando que es fácil crear ciertas palabras, como es fácil la ocurrencia de untar tomate en el pan, o la de construir una ciudad usando una trama rectangular; que son ideas sencillas, a veces geniales, y que tienen un nacimiento espontáneo y simultáneo en varios lugares sin conexión entre sí. Pero este creador de palabras es tozudo y no se convence con eso, que, recuerda, tal expresión la usó por primera vez con esta amiga que era muy popular y la extendió; o esta otra la usé en la playa delante de madrileños, que se apropian de todo y me la robaron; y, obviando el cardo y el decumano, remata, que sí, que los catalanes comen pan con tomate, y también los italianos ponen tomate en una masa, que le dicen pizza, pero que es como un mollete sin abrir, pero que todo viene de los andaluces que somos imaginativos, y viajamos mucho, y exportamos ideas. Que sí, que está buena la tempura, pero que es pescado frito o berenjenas rebozadas, que no hace falta que te diga de dónde vienen, ni quién las hace mejores, ni de dónde era el cocinero andaluz que les enseñó a los japoneses. 







Nota al pie:

Honro, o quiero hacer que honro, mi honestidad con el lector y conmigo mismo, insertando como colofón a esta historia lo que se escribió y se consideró el germen de esta narración. Debe saberse que no me gusta, que no sabría cómo encajar estas palabras con las historias y los personajes que se han descrito, y que mi forma de escribir actual dista mucho de la hace unos años. Espero no haber perdido fuerza, aunque sí sé que he aumentado la extensión y moderado el tono y las prisas por llegar cuanto antes a la cima de cualquier relato. En las siguientes palabras no hay cima, ni valle, ni llano, tan solo yerma ramplonería. Júzguense con crueldad. 
 

El filólogo.

Cuando nos reuníamos con Ramón, el filólogo, era raro no aprender algo. Lejos de mi instintivo y racial sobresalto ante las escasas tropelías lingüísticas que conozco, y que tantos disgustos me han acarreado, Ramón tenía una capacidad pedagógica innata para sacar del error a las personas sin avergonzarlas (Jamás he tenido esa capacidad. Es algo que admiro de los demás pero de lo que adolezco. No sé si es mi forma de decir las cosas, la  vehemencia a la hora de decirlas, mis ojos desencajados y saltones o el recuerdo de mi lucha para superar todas mis faltas, y la consciencia de que aún las tengo; pero entre mis reconocidos defectos públicos está este de corrector. Si se quiere, de Corrector de la Pradera)Este filólogo, era una de esas personas a las que gusta escuchar con atención cuando hablan, no tanto por lo que cuentan sino por la forma en la que lo cuentan, calmada y pausada y, a la vez, con tensión narrativa.
Un día cometimos un error. Nos acompañó a su casa una amiga recién separada que se encontraba en un supuesto mal momento. Y desde el primer momento hubo una tensión entre ellos que trascendía...


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo José Ángel, está claro, clarísimo , que sabes escribir, narrar, trasmitir…, eso: que eres escritor (por favor, no lo dudes más, no lo pongas es cuestión).
Tienes estilo personalísimo -“Le style c’est l’homme”, lo dijo el conde de Buffon-, fluído, culto, rico en léxico y metáforas, transitado por un sutil hilo de humor…, es decir: eres tú. Escritor.
La colaboración en la revista de Cómics es, además, deliciosa y hasta tierna. De la otra, lo que te he dicho; pero le aplicaría la “solución válida -como tú dices- de eliminar y borrar” los dos relatos, el de Helena y el del futbolista (son de otro estilo y otros referentes; dejaría, sí, el del filólogo, introduciendo la ‘nota al pie’ en el texto dentro de un paréntesis. Y le pondría por título “Perplejidades de un escritor”. Perdona, amigo José Ángel, son meras sugerencias…

Anónimo dijo...

Te he escrito en el Whatsap, pero te cuento aquí una historia que leí hace tiempo “Era un pez de río, de un río pequeño y olvidado, que tenía mucha ilusión de llegar al mar. Un día se decidió, abandonó su bancada y empezó a nadar, a nadar, a nadar… Llegó un momento que se sintió perdido, no sabía dónde estaba, y a un pececillo, que nadaba en dirección contraria, le preguntó ¿me queda mucho para llegar a mar? El pececillo le respondió sorprendido: ¿Qué si te queda? ¡Si llevas ya mucho trayecto nadando dentro del mar!”.
Pues eso, amigo Ángel

Pilar dijo...

Me encanta. Tienes esa facilidad innata de transmitir y enganchar con la lectura. Es una pena que no lo materialices en una novela, no en un relato corto. Ojalá un día decidas que sí, que tienes esa capacidad y que merece la pena intentarlo.