Aquel ser diminuto que
golpeaba la lente desde el otro lado me causaba una tristeza
infinita. Había algo en su aspecto ridículo y en sus pantalones de
campana que me recordaba a mí mismo. Quizás lo que lo identificaba conmigo fuera la angustia con
la que imploraba a quien quiera que él creyera al otro extremo del
engendro óptico que lo observaba. Tomé una decisión, soplé sobre
la placa que estudiaba con el microscopio electrónico, y entonces
supe, que tiempo después, alguien en aquellas extrañas y diminutas
esferas que examinaba, escribiría una historia sobre el tiempo en
que un dios se les manifestó y los castigó con el huracán
universal.
CREDO DE LA MIRADA
Hace 6 años