Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el otro lado, repetía una y otra vez, el error tiene que estar aquí, el error tiene que estar aquí. El astrofísico responsable de las instalaciones, pequeño, reconcentrado, no podía creer lo que el potente telescopio que manejaba les mostraba, una nueva formación, una imagen oscura, ahusada, enmarañada. Para entenderlo tendría que haber supervisado con más cuidado al becario español, quien había trocado las coordenadas de la constelación de Orión por las de la ventana de la mujer que amaba y quien había convertido su bello pubis en la nebulosa que escudriñaban.
CREDO DE LA MIRADA
Hace 6 años
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