miércoles, 14 de octubre de 2015

EL COCHE DEL SILENCIO. LA CARRETERA.

La carretera. 

Es un animal que nos acompaña, a veces gris y salpicado de blancas líneas intermitentes, otras veces de un color indescriptible, gastado y de piel hosca y dura. Este animal sobre el que surcamos la campiña parece dormir, y sobre él duermen muchos. Mas yo me siento centinela alerta, al acecho y atento a que en algún lugar nos haya tendido una emboscada y despierte, abra sus fauces y nos trague o nos hiera en un instante certero y mortal.

La nave que nos lleva es distinta cada día, como si no quisiéramos tentar a la bestia jugando siempre con al mismo número, pero el silencio sepulcral que la llena no se corresponde a un miedo cerval, ni a la precavida vigilancia de los marineros. Es el sopor, el hastío de personas que duermen para no vivir, que se hunden en el letargo para impostar otras vidas que posponen  una y otra vez, que nunca son lo que son sino a media voz y con el tono de quien confiesa una travesura a un confidente en el que no se confía, solo para atarlo con un secreto, con una confidencia maligna. Y bisbisean y podrían contar que su madre hace cosas malas a quien tengan a su lado, y usan esas traiciones como parapetos.

A alguien se le ocurrió llevar música en la nave, y siento a veces que el tañido lejano de la campana, o el crujido de la sierra y el lamento de la madera, repetida mil y una veces, o la canción gris de una cantante francesa e incluso la lista de las listas de la lista, no intentan ser sino un reflejo del miedo, un intento de que el centinela no duerma y mantenga su vigilia, acechante, salpicada de estridencias, cargada de hipocresía. Y no sé si será por esto que el monstruo calla y parece dormido o será por lo que un día se vengue y nos atrape.




  

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