jueves, 25 de febrero de 2010

SOY UN TRISTE.

Por mucho que lo intento no me sale otra cosa. No es que esté triste, lo soy.

Quizás no lo sea a la manera del manchego que conocí. Este era un triste redomado, pero lo curioso es que no mostraba su tristeza. Día tras día y noche tras noche lo vi salir de copas, alternar, ir a la Feria, a la calle, a casa de unas que conocía. Pero era un triste. A todos los que estuvimos a su lado nos robaba la alegría y los sentimientos que se tenían junto a él era el acogotamiento y la desesperanza. Lo hacía con tal eficacia que no sé si hoy soy así porque él me robó. Como un verdadero vampiro de almas.

Tampoco lo soy al uso del melillense. Este era Tristón, el compañero de Leoncio. Y no es que yo fuera el figurín o figurón, ni el tigre ni el león, no. Este hombre jamás dio una noticia de forma alegre, hoy se te ha roto el intermitente, te han robado la bici, o has aprobado fluidos, pero has sido el único. Hasta cuando me dijo que se casaba, ante mi alegría contestó, sí , vale , pero, ¿tú sabes el trabajo que me queda?, ¿tú sabes lo que me cuesta?, ¿y si me divorcio?.

Yo soy triste, triste. De los que tienen el alma muy pesada, de los que sufren, de los que lloran a solas. Mi música es triste, no mi cantinela, sino la que escucho. Y mis aficiones son tristes, o si no lo son, las ejecuto con la gris frialdad del funcionario. Y soy eso, funcionario. Me sorprendo de contemplar la alegría de mis hijas, no son hijas de mi tristeza. Y quizás es que sea eso, me creo triste porque me creo maduro. Me creo triste porque me creo serio. Y debo volver a ser más niño, más trivial, más mundano. Y disfrutar. Sin ser tan triste.

1 comentario:

Hugo, M3 y Óscar Gorelli dijo...

Y además no le caes nien a nadie :)