martes, 9 de febrero de 2010

CAFÉ CON V.R.

Ayer por la mañana vi a V.R. en las noticias. No fue una visión agradable. El primer café del día se me estropeó. V.R. lucía un pañuelo al cuello, y sonrisa de oreja a oreja. Acompañaba a varios políticos en un mitin, es seguro que preparaba su segundo asalto a la vida política.
A priori, contar con V.R. en las filas de un partido equivale a contar con un buen elemento. El primer catedrático en España de su materia, profesor de Universidad casi desde la Edad Media, propulsor de nuevas energías, comprometido con el medio ambiente. Un caché de lujo.
Eso es lo escrito. Una vida dedicada al estudio, la investigación y la docencia. Pero, permítanmelo, reniego de lo escrito. V.R. me estropeó parte de la vida, no por su dureza como profesor, no por la dificultad de la materia que impartía, sino por su indolencia. No quiero entrar en qué materia se convirtió en catedrático, lo que es cierto es que ahora, de examinarse, no lo conseguiría. Puede que quien le diera el grado de catedrático supiera menos que él, hoy hay varios que le superan, y son, a la vista de los papeles, simples estudiantes o profesores. Durante el curso que fue mi profesor se dedicó a traer maquinitas a clase. No eran videoconsolas, es cierto, pero tampoco iban más allá de la simple materia descriptiva. El sesgo de los exámenes, que él ni ponía ni corregía, para eso era el jefe del departamento, era mucho más científico, técnico y de cálculo. El resultado, escabechina y degüello para todos sus alumnos, no aprobábamos ni la parte teórica. Los remordimientos de V.R., nulos.
V.R. no es el único caso de expediente riquísimo unido a una persona que no vale la pena. He conocido a muchos. En la Universidad, en la vida, en el trabajo. Podría citar, arquitectos, ingenieros, empresarios, médicos, alcaldes, Consejeros,... sobre el papel gente importante. En verdad, gente torpe, inútil o mala. Nadie cuenta en los papeles cómo llega nadie a donde llega, si ha sido fruto de la casualidad o de la herencia o de una mala acción. Lo que cuenta es el título.
Yo mismo podría ser como V.R., tengo un título universitario con cierto prestigio, un puesto respetable, por mi trabajo y mis aficiones he acudido a citas reseñables, a trabajos prestigiosos. Nada de eso cambia, yo miro del celofán hacia adentro. Busco en mí, más mis debilidades que mis circunstancias, y, ante vosotros, amigos, soy uno más, ni siquiera el líder. Sé que eso no me convierte ni en más hombre, ni en mejor, tan solo en alguien que no se cree lo que de él dicen los papeles.
V.R. no solo cree y vive en esos documentos, no quiere vivir la realidad, quiere certificarla, ponerla en su curriculum. Apostaría veinte contra mil a que desea aparecer como Consejero de esta Junta. Temo ese día, en el que asombre a nuestra tierra con nuevas maquinitas absurdas sin hacer nada más. ¿No podría alguien inventarse una realidad virtual para satisfacer su ansía de engordar su ego? ¿No podría alguien hacer eso para que V.R. nos deje vivir en paz?

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