lunes, 30 de agosto de 2010

SOBRE LA TRISTEZA

Hay personas que saben llorar. Otras personas tienen que llorar.
 
Desde niños algunos han aprendido a identificar los momentos en los que deben abrir los lagrimales y soltar la carga. Saben hacerlo delante de un público que se emociona y se conmueve con ellos, saben soltar su pena con las lágrimas, enjugar su tristeza y acabar con ella de sopetón.
 
En la intimidad, a solas, lloran otros a los que la tristeza ablanda el alma y el ánimo. No saben por qué lloran así. Su llanto es desconsolador, sordo, triste... desgarrador. Con las lágrimas se va diluyendo parte de su espíritu y esencia y van adelgazando, no la materia, no la carne, sino esa parte de nosotros que nos hace ser nosotros.
 
Yo no sé llorar, me sale muy de vez en cuando y a destiempo alguna lágrima traidora, pero no sé llorar. En su lugar, en el del llanto, la pena me entra como un ligero goteo de mercurio negro y oscuro, pesado, fluido, inabarcable. Esta tristeza se queda dentro, no sale a pasear en mis actos, pero como está en mi interior, contamina todos mis pensamientos y mis deseos. Y no sé si uno de mis deseos es llorar. O aprender a llorar.

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