lunes, 6 de octubre de 2014

AGRADECIMIENTOS.

Hace tiempo pensé escribir una lista con todas aquellas personas que me abrieron la puerta para que saliera y que, en contra de lo que ellos pensaban, me hicieron un favor pues, en vez de cortarme un camino, lo que hicieron fue abrirme otro. No sé si son muchos o pocos estos encontronazos en mi vida, es decir, no sé si son más o menos que los de otras personas, ni si mis vivencias son más o menos que las de otros congéneres, lo que sé es que lo que he vivido y lo que he padecido, sentido, luchado, o dejado de padecer, sentir y por lo que me mantuve inane, ahora me han conformado de esta manera. Todo lo anterior es lo que me ha llevado hasta aquí.

Me habrían gustado caminos más fáciles, atajos, escaleras deslizantes, plataformas, puentes de plata, ayudas, bastones, sin embargo, con los rodeos emprendidos, con los caminos recorridos, con el desaliento, con el cansancio, se ha moldeado una persona. Y hablo de ella. 

Tengo dieciséis años, o diecisiete, y estoy en la cama, arropado por una colcha de estampado psicodélico y me veo.  Mis cuarenta y cuatro años, mi matrimonio, mis dos hijas, son una ilusión; una imagen con la que no he soñado. No reconozco al hombre que veo, ni su imagen, ni su estado, ni sus dolencias, ni sus miedos; no soy el hombre que sueño ser. Y en la nebulosa que hay alrededor del futuro creo que hay un camino que se ha perdido. 

Sí, el futuro es incierto, lleno de puertas que se abren en una sola dirección, que no pueden tomarse para volver, lleno de posibilidades sobre las que hay que elegir, imaginando que son como cuerdas que vibran y que están en muchos sitios casi al mismo tiempo. Tocarlas en un momento concreto determina una melodía u otra. Sí, puede que sea eso, cuerdas, cuerdas que como las que ataban el nudo gordiano se pueden deshacer con la voluntad, la espada de los que no tenemos otra arma. Y sí, a fuerza de voluntad, he llevado el futuro a un sitio que me gusta más.

Mis cuarenta y cuatro años, mi esposa, mis hijas, tienen nombre y rostro, fueron el futuro y son el presente, fueron la esperanza y hoy son mi vida. Hay poco más. Mi voluntad quiso llegar hasta ellas y hasta ellas arribé. Pero soy yo el que no me reconozco; no preví que llegar hasta aquí resultara tan duro y esforzado; no preví que sortear la marea del tiempo supusiera dejar atrás ilusiones y sonrisas, fuerzas, ánimos, sueños, carácter, entereza.

El tiempo me ha vuelto rígido, en casi cualquier sentido de la palabra. Con el tiempo me ha crecido como una coraza, casi como si el roce con el transcurrir del éter hubiera endurecido una capa externa de mí. La ligereza del muchacho que está en la cama, ese que es un suspiro, un sollozo, ha ido tomando consistencia, densidad, y ahora es como un pequeño blindado que intenta caminar con cuidado, atropellando sin querer, de vez en cuando, una flor. El tiempo ha cambiado la voz de este habitante de la cama plegable, ahora no sabría explicar con palabras argentinas que flor, blindado, coraza, éter, camino y demás son solo imágenes literarias y que no quiere agradecer nada a los que le han cerrado puertas, hay que batallar mucho para buscar otros caminos, y que él ha tenido suerte y ha llegado a donde quería llegar hace unos treinta años. Otros no la han tenido.

Sí, es la víspera de mi cumpleaños y esto parece triste; aquel muchacho de dieciséis que quería ser poeta habría escrito un poema, un cuento mucho más dulce o, incluso, un relato burlón. Este hombre de cuarenta y cuatro escribe esto. ¡He aquí lo que el tiempo hace con los retoños!. Si no fuera porque se encuentra la esperanza en el amor, en un poema de una niña, o en la voltereta de otra, sería para mandarlo a hacer puñetas.  

No hay comentarios: