jueves, 23 de octubre de 2014

VERNE EN EL OLIMPO

Al llegar a aquel páramo descubrió lo que leía el señor de barba blanca. El tomo de De la Tierra a la Luna estaba ajado pero el barbudo no levantaba la vista. Cuando el señor Verne alcanzó su altura, aquel al que llamaron apóstol le dijo, Julio te esperamos, hoy 24 de marzo de 1905, te esperamos. Por qué lee usted mi libro, fue la respuesta al saludo. El señor Gagarin me lo prestó, según él, fue su inspiración para convertirse en lo que fue. No conozco a nadie llamado así, es lógico aun no ha nacido, entonces cómo, en este lugar no hay tiempo ni distancia, fue la sucesión de preguntas y respuestas previa a que Verne cerrara los ojos y recordara la forma en la que la mañana se había levantado fría y lluviosa y cómo él se había quedado dormido frente a la ventana imaginando a Robur en su aeronave atravesar las nubes.
De un sobresalto el señor Verne tuvo un ataque de lucidez y preguntó a aquel otro señor con gran familiaridad, dime si he muerto, dime si es este el cielo o el infierno. Y aquel que negó tres veces antes de que cantara el gallo dijo, has venido a un lugar que no conocen los mortales, a este espacio en el que habitarás con Nemo, Kerabán y Héctor Servadac, en el que te enamorarás mil veces de Nadia al vislumbrar un rayo verde y en el que defenderás la luz de un faro patagón. Has venido a un lugar con muchos nombres, donde, como dije, se entremezclan los tiempos y los hombres, aquellos que trascienden a los otros.
Verne, curioso e inmortal, solo tenía una pregunta, ¿ha leído usted En el País de las Pieles?

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