A cada vuelta del tambor de la lavadora le dolía menos. Programa corto, quince minutos. Sin centrifugado. Ni era cuestión de tardar mucho, ni de llevarla arrugada, y tampoco de que siguiera sucia. Hielo preparado. Y esa preciosa bolsa térmica, lista también. En cuanto terminara, cogería la mano y la envolvería con cuidado. Menos mal que cuando se la amputó no llegó a salpicarse el vestido con la sangre, vestirse con solo la derecha sería sinónimo de que, sin duda, se mancharía.
Habrá que ir a que nos la injerten. Sí. Pero siempre limpia y con estilo.
Habrá que ir a que nos la injerten. Sí. Pero siempre limpia y con estilo.
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