viernes, 10 de abril de 2015

NEUROSIS.

Procuraba no perder sujetándole las nalgas; el mundo, su universo, los días pasados y los futuros, quizás las manchas de café y las de grasa en el cuaderno escolar, su conocimiento de Tintín y sus desarrollos de mecánica cuántica, pendían de un hilo. Sus manos se posaban en la redondez de aquella piel desnuda por primera vez para él y por eso la asía con fuerza, procurando, a pesar de sentirse raquítico y peludo, ser en aquel momento el rey del mundo, el rey del mambo.

Jamás previó que la derrota proviniera de su madre y de su irritante afán por volver a comprobar si había apagado la estufa de gas. Jamás pensó que su desnudez, y la de ella, que constituían un mundo apenas un segundo antes se convirtieran en algo tan ridículo y escandaloso. Jamás se le ocurrió que perder supusiera toda una vida rememorando aquella tarde, recordando el sabor de sus senos, la caricia de su aliento, la suave y tersa piel que estuvo a punto de ser suya y se alejó, a impulsos, con pequeñas oleadas, como aquella pelota que una vez se fue mar adentro y jamás volvió.

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