viernes, 26 de noviembre de 2010

DEL TRABAJO.

Nos pasan cosas y pensamos que somos los únicos.

Los demás nos cuentan cosas y pensamos que jamás nos sucederán.

Ayer el alcalde nos enfrentó a dos técnicos a una plataforma ciudadana iracunda, mezcla de gente temerosa, mezcla de politiquillos. El motivo, un tanatorio y crematorio frente a sus viviendas, cierto, como es cierto que compraron sus viviendas frente a un cementerio, a unos cuatrocientos metros. En la reunión hay un tipo raro, sé que no quiere conseguir nada, la reunión y el encierro posterior con el que amenaza son su verdadero objetivo. Su sonrisa, que intenta que sea maliciosa le delata, en realidad, es el tic de un mal jugador de póker. Hay madres que han sacado de internet informes sobre lo perniciosa que es esta instalación para la salud de sus hijos, ¿cómo decirles sin herirlas que lo que han traído es una mezcla de informe de horno de Auschwitz, de incinerador de basuras, de fantasía y de barbacoa americana?. Y el que duele, el que quiere convertirse en juez, al que un alcalde sin hombría le cede la iniciativa y lanza preguntas como dardos, como problemas irresolubles sobre trayectorias de cadáveres, sobre tiempos de cremación, sobre colindancias, examen oral al que me someten usando normativa no solo derogada sino falsa. Y éste, al que he asesorado durante un año, al que tenía aprecio, no en vano su mujer ha estado enferma, muy enferma, no en vano lo he pasado mal por sus hijas, lo consigue, desata mi ira, mi furia.

Y no saben que en realidad no estoy en la reunión. Estoy en el tanatorio, en otro tanatorio quizás, en otros tanatorios, esperando el momento en el que se hará cenizas el cuerpo que albergaba una vida unas horas atrás. Y no saben que en esa reunión están presentes mayos, noviembres, agostos. Y no podrán saber jamás que, a la vez, estoy en la primera sala en la que Fernando tenía su consulta, frente al cementerio encalado, y donde yo dejé que escaparan como espectros muchos de mis miedos.

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