jueves, 4 de noviembre de 2010

BRISAS.

No hay aleteo alguno de mariposa y el ambiente sofocante del verano nos asfixia. Atmósfera seca, quieta, inmóvil. Pero al caer la noche una brisa fresca trae aromas de jazmín y dama de noche. Es un viento que se instala por un tiempo, le hemos gustado y se queda con nosotros.

Esta brisa poco a poco se corrompe, se convierte en un aire que nos sigue a todos lados, celoso, irascible. Nos hemos acostumbrado a él y ya no le prestamos atención. Tan solo advertimos que se ha marchado los días de calma chicha, días de pesadez, días de aturdimiento.

Cuando llega el huracán sabemos que es ella, nuestra brisa, que ha crecido y nos lo quiere hacer saber. Que ansía que reconozcamos su existencia y que no sabe que ya lo sabemos, que al igual que nuestros fantasmas, convive con nosotros en una realidad irreal.

Y tras su ira, se rinde, se pliega, se deshace su fuerza bruta y se domestica. Y ahí vive, a nuestro lado, aportando su turbiedad ocre a nuestro aire, con su putrefacto y leve olor.

No hay comentarios: