lunes, 15 de noviembre de 2010

LIMBO.[CORCHETEADO]

[Se advierte al lector que las párrafos que se enmarcan entre corchetes no solo son farragosos e innecesarios para el texto, no así para la verborrea del autor, sino que pueden herir la sensibilidad de los que sienten como suya la doctrina eclesiástica. Pueden obviarse y si el lector es sufridor, volver a leerlas para convertirse en sufriente]

La religión cristiana [No he confundido cristianismo y catolicismo. Hablo del cristianismo iniciado en la región romana de Judea, incorporado como religión de Estado por el Imperio Romano y de la que se han ido desgajando Iglesias, casi siempre por motivos políticos, que han mantenido esta capacidad camaleónica de adaptación al poder. Sí puede decirse que cuando hablo de religión quizás debería hablar de Iglesia como organización. El sentimiento religioso y Dios confluyen en ciertos momentos con las Iglesias, la mayoría de las veces cada uno va por su lado] tiene una capacidad inconmensurable de dar explicación a cualquier hecho y convertirlo en propio. Ha asimilado fiestas paganas convirtiéndolas en festividades clave de su calendario litúrgico, ha adoptado vidas de santos romanos, griegos y norteafricanos a las vidas de santos cristianos y ha hecho, a fin de cuentas, lo que ha querido para que la religión pudiera explicarlo todo, fuera manual de vida y nos pudiera mantener dentro de un redil sin necesidad de buscar nada fuera de ella. Quizás de ahí viene su reticencia a cambios y novedades, a pluralidades y nuevas formas de ver el mundo, es necesario inventar algo para explicarlo, para domar lo que es contrario a sus intereses y tener el tiempo necesario para incorporarlo a sus creencias y normas.

Quizás una de sus invenciones más poéticas es la del limbo. Bueno, invención no es, el limbo existe, lo que se inventaron fue su función. [Según la Iglesia y siguiendo esa idea de incorporarlo todo y casarlo todo se produce un problema. Desde la creación del mundo hasta que Jesús retorna al Cielo existe un número de hombres (y mujeres se debe entender, y aquí hay que especificar porque en esto la Iglesia es sibilina, si dice hombres, dice hombres, no seres pertenecientes a la especie humana sin tener en cuenta el género, lo que se aclara no para complacencia de alguna, sino para dejar constancia de la actitud integradora del autor) que no han podido recibir el derecho a entrar en el Cielo ya que Cristo no los ha salvado. Es un problema, puesto que si se quiere integrar el Antiguo Testamento con el Nuevo, los patriarcas, por lo menos y por quedarnos con los insignes, deben incluirse en la lista de los acogidos en el Paraíso. ¿Qué sería  de una eternidad sin las barbas de Moisés?, podría pensar uno de Puente Genil. Así que dos soluciones o decimos que como todo es eterno y Dios todo lo ve, no importa ni el antes ni el después y ya han sido salvados, cosa que no solo liaría al más pintado sino que obligaría a pensar en el eterno retorno y no existiría el fin del mundo; o ponemos a los santos pre-Cristo en algún sitio y luego los recogen. Ea, al limbo, llamémosle el limbo de los justos. Y, otra cuestión, si es el bautismo el que redime del pecado original, qué pasa con los que no han pecado, pero que tampoco han podido bautizarse. Se podría ser generoso e incluirlos en la nómina celestial, pero si se empieza por ahí, tendríamos que incluir a los que profesan otra religión y no pecan, y faltaría más, el Cielo es para los nuestros. Pues nada, al limbo; esta vez el de los inocentes. Como se ve solución compartimentada, cada cosa en sus sitio, muy del gusto alemán, por lo que no creo que este Papa diga nada sobre esto].

Y el limbo es poético. En él se depositan todas las miradas que posé en ti y que desconoces, los libros que he leído y olvidé, las cartas que se perdieron que duermen al lado de los correos y los mensajes que nunca leíste, que nunca respondiste. Es cierto que es posible que allí descanse la pareja del calcetín que desapareció. Es posible que el limbo esté hecho de la materia con la que se forjan los sueños, y, es posible, que del limbo salga alguna vez, no un alma, sino alimento para algún espíritu.

¿Adónde van las palabras que no se quedaron?
¿Adónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,
como prisioneras de un ventarrón,
o se acurrucan entre las rendijas,
buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,
cual gotas de lluvia que quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y adónde van...?
¿Adónde van?

Adónde van (Silvio Rodríguez)

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