lunes, 15 de noviembre de 2010

EL SILENCIO DEL BAJO.

En un oscuro escenario iluminado por un foco tamizado aparece de entre las bambalinas el bajo danés. Es su recital de despedida. En esta sala que no ha elegido por ninguna razón especial va a interpretar un repertorio inusual, desconocido para un auditorio que apenas llena el aforo. Éste, el listado de canciones, sí ha sido elegido por él, evitando toda referencia al divismo de los tenores.

El aire vibra con su voz profunda, como el grueso terciopelo de un terno antiguo, que acaricia las almas de los asistentes. Nadie puede decir qué palabras se deslizan entre varios fa#4 e incluso un sol4 que no saben identificar. Tan solo saben que están asistiendo a un acontecimiento único, en el que se liberan cantos adormecidos en la historia, acaso cantos de una liturgia olvidada a dioses olvidados.

Esa antigua salmodia que los hipnotiza termina. El cantante recoge del atril su cuaderno, lo pliega, hace una reverencia, da la espalda al público y se marcha. Nadie aplaude, es cierto que el bajo lo ha pedido, también que nadie se atreve a contaminar la atmósfera perfumada con las caricias del maestro.

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